Parte del fandom actual de los cómics eleva dos quejas principales a los autores que realizan los cómics en estos tiempos: La forma de tratar a personajes de siempre y la calidad de las historias.
En el primer aspecto, muchos de los que se pasan por las tiendas especializadas se quejan del tratamiento que se le están dando a los personajes incónicos en los últimos años. Y no es para menos, ya que, con honrosas excepciones, parece que los guionistas han llegado al límite de su imaginación a la hora de tratar a los personajes. Véase la penúltima vuelta de tuerca al mito de Superman, con camiseta y vaqueros, a un Thor ignorado, manco y sin martillo, a un Doctor Muerte convertido en Doctor Watson de Sherlock Stark, en un Capitán América ahora viejo, ahora joven y de Hydra, ó a un Barry «Flash» Allen resucitado para arrastrarlo por aventuras insulsas.
En la segunda cuestión, el fandom exige que se nos muestren historias interesantes que reaviven nuestra ilusión por leer cómics, evitando golpes efectistas de muertes gratuitas que duran cada vez menos (y si no, observen que a la tumba de Roberto Da Costa no le ha dado tiempo ni de coger polvo) o crossovers con el típico slogan de «nada volverá a ser lo mismo»… Hasta el siguiente crossover dentro de tres meses, o el siguiente guionista que «olvide» las consecuencias que no sean de su agrado (¿alguien ha dicho «El Otro»?).
Desde que Roy Thomas comenzó a aplicar su supervisión enciclopédica al devenir de las historias Marvel en los setenta, los aficionados más veteranos, alumnos de aquella escuela, exigen el mismo tratamiento a los personajes, respetando el canon creado en nuestras infancias, y ofreciendo, a la misma vez sagas memorables.
Sin embargo, cada vez que surge una buena historia no es porque se sigan estos estándares necesariamente, como ha podido demostrar Dan Slott con su «Superior Spider-man» o Brubacker con su «nuevo» Capitán América. Si a los seguidores más acérrimos de Peter Parker nos hubiesen dicho que las aventuras más interesantes de los últimos años iban a ocurrir mientras en la mente de nuestro estimado fotógrafo/profesor/científico se iba a alojar la psique de su peor enemigo, hubiésemos renegado de editorial, autores y personajes… Y nos hubiésemos perdido un montón de buenas historias.
Otra de las quejas es la conversión de género o edad de los títulos y personajes (Thor mujer, Patrulla X como jovencitos, Lobezno de viejete amargado) o los nuevos personajes que adquieren serie regular de héroes icónicos (Nova, Spider-man, Campeones…). Y es que es muy difícil reconocer al Scott Summer de «siempre» en el jovencito actual, por no hablar de su eterna pareja, Jean Grey. Sin embargo, las historias ofrecidas en colecciones como Ms. Marvel, con la joven Kamala de protagonista, o la de Spider-man de Miles Morales son buenas historias, con secundarios interesantes y tramas que te hacen esperar mes a mes y con ilusión el siguiente número.
El problema radica en que los lectores más veteranos (que conforman el bloque mayoritario de los compradores de cómics) hemos crecido con los personajes hasta sentir que son algo nuestro, viviéndolos como familiares o amigos de toda la vida, y desde ese cariño es donde nace nuestra exigencia hacia lo que queremos leer en sus aventuras y lo que no. Y ese amor es el que ha eclipsado nuestra capacidad de abrirnos a «otras relaciones», comportándonos como amantes celosos y posesivos, y negándonos a la evolución de nuestras amadas ficciones, haciéndose duro emprender nuevos caminos con historias distintas de personajes diferentes.
Es lo que yo llamo «el síndrome icónico», es decir, la imposibilidad de desengancharte de personajes para engancharte a historias. Y es que, en definitiva, nos hemos convertido en consumidores de culebrones superheróicos con todas las características de las antíguas viejas criticonas, que se sentaban a las puertas de sus casas a despotricar de todo el que pasaba por allí.
Si queremos recuperar la ilusión por seguir leyendo cómics, hay que dar una oportunidad a nuevos personajes y nuevas editoriales que ofrezcan buenas historias, y desengancharnos de telenovelas serializadas de ese amor adictivo de toda la vida. Basta con recordar obras puntuales como Watchmen para convencernos de que no es necesario empecinarnos en un personaje y sufrir mes a mes, cuando podemos disfrutar de buenas historias en cada visita periódica a nuestra tienda especializada.
Y al que no le parezcan adecuados mis argumentos, siempre le quedarán las múltiples reediciones de otros tiempos, nueva fuente de ingresos de las principales editoriales de nuestro país.